viernes, 27 de marzo de 2009

Voyage, voyage (continuación)

Como dije antes, no tuve el placer de cruzar el Atlántico. Ni respirar el aire europeo que me fascinaba hasta el delirio.


Cuando tenía diecisiete años, mi estructura mental se vió sacudida. Una cadena de sucesos, que se extendieron en el corto plazo, hizo que me replanteara lo que quería de la vida y en la vida, con mi vida.
Y si bien quería conocer con desesperación muchos lugares del llamado "Viejo Continente", mi nueva forma de pensamiento modificó ese deseo.
Ya no sólo quería ir a recorrer Europa, sino que quería hacerlo con mi dinero. Quería juntar cada céntimo necesario para pagarme el pasaje y la estadía. Quería que el viaje fuera resultado de mi esfuerzo y no porque había tenido ¿la suerte? de nacer donde había nacido. Ni tampoco quería sucumbir ante la tentación Parr de la buen vida bajo determinadas condiciones.
Me di cuenta que el viaje de los veintiuno no era un regalo, sino una especie de soborno para seguir la línea Parr de seres humanos exitosos. Al menos yo lo sentía así en ese momento.
Por lo que, cuando cumplí los veintiuno, no sólo no hubo viaje, sino que ya no estaba viviendo en casa de mis padres y trabajaba en varios colegios simultáneamente para poder pagar el alquiler del monoambiente, que la tía Eli me dejaba a un precio que era una bicoca, y que sin embargo para mi implicaba horas y horas de trabajo.

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