lunes, 30 de marzo de 2009

Voyage, voyage (Continuación, parte III)

Y así, en Buenos Aires, tuve que buscar una nueva forma de conocer todos lugares. Y esa forma fue el cine.
La Dolce Vita, Jules et Jim (y otras películas de la Nouvelle Vague), Paris Je t'aime, 2 days in Paris, The Unbearable Ligthness of the Being. Con Rosellini pude ver un poco de Roma y de Berlín también. También ayudó Anónimo Veneciano de Enrico Salerno. La Segunda Parte de The Godfather. La trilogía de Krzysztof Kieslowski. Michelangelo Antonioni. Ettore Scola. Roman Holiday. Great Expectations (la de los años '40). The third man.
Y estas son sólo algunas películas y directores. Estas son las que se vienen ahora a mi mente. He visto una innumerable cantidad de películas con locaciones europeas. Por lo que ha sido una gran ayuda. Ir al cine me ha ayudado reconocer algunos lugares como si ya hubiese estado ahí.

Ahora con internet, sin querer sonar como una publicidad, ¡es mucho más fácil! Miles de fotos, de sitios turísticos. Existe Google Earth. Existen los vídeos online.
Europa sigue estando lejos, sí, pero ahora se siente un poco más cerca.

De todas maneras, no me arrepiento de esas decisión tomada hace casi seis décadas (por favor, ¡cómo se pasa el tiempo!).

domingo, 29 de marzo de 2009

Tanti Auguri

Ayer Isabel cumplió su primer año. Y toda la familia se reunió para celebrar la ocasión.
Isabel es la hija de Josefina. Isabel es la bisnieta de Esteban. Y es la menor de familia. Al menos en este momento.
Cuando la persona es tan chiquita (e Isabel es particularmente pequeña), la celebración no es para ella, ya que no tendrá recuerdos de la torta, de la vela que sopló, del feliz cumpleaños que se le cantó. Sus recuerdos estarán grabados en la innumerable cantidad de fotos y videos que ayer se tomaron.
Para nuestra familia, un cumpleaños es una excusa para la reunión. Y si bien somos una familia bastante grande y generalmente se dificulta que estemos todos juntos, ayer éramos muchos los presentes.
Estaban Matías y Juana, los hijos de Julia, que me dijeron que habían hablado con ella segundos antes de que yo llegase y que me había mandado un beso. Estaba Lilia con los chicos. Felipe y Alicia estaban también, pero no hubo señales de Alejandro. Carola fue con Vera. Todos los tíos de Isabel también estaban presentes.
El festejo se hizo en la casa de Felisa, abuela fanática si las hay, ya que el departamento de Jose (como le decimos a Josefina, por supuesto) es muy pequeño y no hubiera existido forma de que todos entrásemos, ¡menos con el calor de ayer!
Así que me fui en subte hasta el coqueto barrio de Recoleta, y a casi a todos.
Me costó elegirle un regalo para Isabel. ¿Qué se le regala a un ser humano de un año? Especialmente cuando el ser en cuestión tiene de todo. No le falta ropa, ni juguetes, ni accesorios. Creo que Isabel está en condiciones de ser vestida todos los días con algo distinto.
Decidí luchar el avance de musicales como Chiquititas, Rebelde Way, Patito Feo y todos esos programas estupidizantes y le compré un CD de canciones de María Elena Walsh, que fue lo que musicalizó por un rato la tarde. Todos cantaron y surgieron anécdotas de sus infancias. Fue delicioso.
Y así pasamos la tarde: cantando, comiendo torta, charlando... Y cumpliendo mi papel de la persona mayor de la fiesta (en contraposición con la diminuta Isabel), no pude dejar de notar y lamentar las ausencias...

viernes, 27 de marzo de 2009

Voyage, voyage (continuación)

Como dije antes, no tuve el placer de cruzar el Atlántico. Ni respirar el aire europeo que me fascinaba hasta el delirio.


Cuando tenía diecisiete años, mi estructura mental se vió sacudida. Una cadena de sucesos, que se extendieron en el corto plazo, hizo que me replanteara lo que quería de la vida y en la vida, con mi vida.
Y si bien quería conocer con desesperación muchos lugares del llamado "Viejo Continente", mi nueva forma de pensamiento modificó ese deseo.
Ya no sólo quería ir a recorrer Europa, sino que quería hacerlo con mi dinero. Quería juntar cada céntimo necesario para pagarme el pasaje y la estadía. Quería que el viaje fuera resultado de mi esfuerzo y no porque había tenido ¿la suerte? de nacer donde había nacido. Ni tampoco quería sucumbir ante la tentación Parr de la buen vida bajo determinadas condiciones.
Me di cuenta que el viaje de los veintiuno no era un regalo, sino una especie de soborno para seguir la línea Parr de seres humanos exitosos. Al menos yo lo sentía así en ese momento.
Por lo que, cuando cumplí los veintiuno, no sólo no hubo viaje, sino que ya no estaba viviendo en casa de mis padres y trabajaba en varios colegios simultáneamente para poder pagar el alquiler del monoambiente, que la tía Eli me dejaba a un precio que era una bicoca, y que sin embargo para mi implicaba horas y horas de trabajo.

jueves, 26 de marzo de 2009

Café con aroma a J.A.

Cuando cumplí los veintidós años y estaba a punto de recibirme, me encontré con José María, un amigo de papá, a la salida de la facultad. Él estaba por ingresar a dar clases, creo. Ya no estoy muy segura. Puede ser que estuviera preparando su tesis de doctorado.
Nos encontramos en las escalinatas. No lo veía desde hacía cuatro años, como mínimo. Me hizo las preguntas de rigor: cómo estaba mi madre, mi padre y mis hermanos, qué se sabía de Esteban ya que se había enterado de que estaba en los Estados Unidos, cómo iban mis estudios. Respondí una a una las preguntas. En algunas tenía casi la misma información que él, ya que con papá las vías de comunicación estaban prácticamente interrumpidas, por razones geográficas, políticas y emocionales.
Se interesó por el avance de mis estudios, me preguntó si estaba trabajando, a lo que le contesté que sí, que estaba dando clases. Recuerdo que percibí un pequeña sonrisa, vi como entrecerró los ojos, levantó una ceja, se inclinó hacia atrás, como queriendo observarme mejor y me invitó a que pasara mis ratos libres en su estudio.
Dije que sí, aunque me imaginé haciendo el café.

miércoles, 25 de marzo de 2009

Voyage, voyage.

Era tradición que el regalo de mamá y papá para el cumpleaños número veintiuno consistiese en un viaje a Europa.
Durante años anhelé ese viaje. Soñaba despierta. Me imaginaba caminando por París. Cruzando un puente en Praga. Respirando a Gaudí en Barcelona. Viviendo la mitología en Grecia. Conociendo mis raíces en Lancanshire y en Roma.
Mi vida era una continua cuenta regresiva hacia mi viaje. Cada vez que cumplía años, no festeja que cumplía un año más sino que faltaba uno menos.
Y así transcurrió mi adolescencia, haciendo palitos en las paredes mentales, como un prisionero que cuenta los días tallando el muro que lo encierra.
Apenas recuerdo el regreso de Elsa, pero sí tengo presente el de Esteban y el de Magda. Recuerdo las fotos, la cámara Kodak, las postales. Recuerdo sus diarios de viajes, la emoción al relatar casi cada uno de sus días. Recuerdo el pelo largo de Esteban cuando llegó a casa después de cuatro meses de viaje. El color bronce en la piel de Magda. El brillo en los ojos. Sabía que había cosas que no nos contaban. Porque les resultaba imposible ponerlas en palabras.
Mi familia siempre tuvo una cierta fascinación por los viajes y no soy la excepción.

Pero, lamentablemente, nunca crucé el Atlántico.

martes, 24 de marzo de 2009

On my way

Comenté anteriormente que mi papá consideraba como hija menor a Magdalena, teniendo hacia ella el típico trato que se le imparte al benjamín o benjamina de la familia.
Posiblemente, esta conducta haya estado dada porque papá no tenía en sus planes mi existencia. Al menos ya no para el tiempo en que mamá quedó embarazada.
En los 20s los embarazos eran de por sí un hecho riesgoso, máxime si la mujer era mayor y mamá para los estándares de la época, ya era grande.
Según me contaron, papá puso el grito en el cielo cuando se enteró de que un cuarto y tardío hijo o hija estaba en camino.
Temió durante todo el embarazo que apareciera una complicación, y que la salud, que la vida de mamá se viera comprometida, y luego, al concluir el embarazo, temió que mamá muriese en el parto.
Creo que todo ese temor y espanto ante la posibilidad de perderla generó un cierto rencor hacía mí, aún cuando no existía. Y ese sentimiento de disgusto no terminó de desaparecer ni siquiera cuando nací y mamá salió ilesa del proceso.
Tal vez haya sido también éste un factor para que Magda, "la nena de papá", no estuviera contenta con tener una hermanita.
Los dos, por distintos motivos, habían resistido mi llegada.

lunes, 23 de marzo de 2009

Confesión de mujer de 80

El día que Elisa se casó estaba tan pero tan hermosa, que decidí que nunca podría casarme.